El trastorno de adaptación es una respuesta poco adaptativa a un estresor. No hay un conjunto de fenómenos clínicos que definan el trastorno de adaptación, que sí suele deberse a un estresor definido, que no es catastrófico como ocurre en el síndrome de estrés postraumático, y los síntomas se suelen desarrollar entre uno y tres meses de exposición a dicho estresor, según lo define el ICD-10.
Como hemos dicho, las manifestaciones clínicas pueden ser muy variadas: ansiedad, ánimo deprimido, incapacidad para manejar la situación actual, aparición de desórdenes de conducta, etc. No obstante, estas condiciones sólo pueden clasificarse como trastorno de adaptación por un tiempo limitado, unos 6 meses en la mayoría de los casos, teniendo que volver a ser evaluada la situación pasado este tiempo. La existencia de esta categoría diagnóstica tan difusa parece responder a la necesidad de reconocer que los niños y adolescentes pueden reaccionar de una manera desadaptativa a la adversidad durante un periodo de tiempo limitado. También es verdad que esta categoría sirve como “cajón desastre” para incluir todos aquellos casos que no encajan en otra categoría diagnóstica. Peter Hill, del Departamento de Medicina Psicológica del Hospital Infantil Great Ormond Street de Londres, en el capítulo correspondiente a este trastorno del libro Un Manual Clínico de Psiquiatría Infantil y del Adolescente, editado por Gillberg, Harrington y Steinhausen en al año 2006 y publicado por Cambridge University Press, hace un compendio de los sistemas clasificatorios ICD-10 y DSM-IV (prácticamente no varía su descripción en el DSM-V) para definir este trastorno:
Además de las manifestaciones clínicas ya comentadas, también se han encontrado otros comportamientos como el autoaislamiento, la evitación de ciertas situaciones, falta de comunicación, irritabilidad y trastornos del sueño y del apetito. No obstante, lo más característico es el estado deprimido o una presentación ansioso-depresiva.
Es importante analizar las estrategias de afrontamiento que los niños y adolescentes utilizan ante los estresores que se les presentan, además de factores individuales de temperamento, desarrollo cognitivo, así como el entorno familiar, apoyos sociales y disponibilidad de recursos. Los niños pueden percibir que ante una amenaza, tienen siempre disponible la posibilidad de pedir ayuda o, por el contrario, percibir falta de control ante la situación por carecer de soporte. Estos suele venir determinado por lo que les ha sucedido en experiencias previas y si han recibido apoyo o no. El estilo parental, por tanto es un factor importante. Un estilo parental que promueve la independencia y permite la expresión de los sentimiento hace que los niños tiendan más a utilizar el apoyo familiar y social para resolver una situación. Tenemos individuos resilientes, que son capaces de lograr un buen ajuste a pesar de estar sometidos a altos niveles de estrés, gracias a que recibieron más supervisión de los padres y vivían en familias más funcionales. Por otro lado, un estilo autoritario favorece en el niño el sentimiento de competencia y la sensación de control. También puede suceder que la estrategia que el niño utilizó en su momento para manejar un estresor, ya no sea adecuada cuando crece. El uso de estrategias de afrontamiento activo llevan al niño a sentir mayor control sobre sucesos adversos, disminuyendo su percepción de amenaza. Cuando los niños llegan a la adolescencia, ya han adquirido un número importante de estrategias de afrontamiento frente a un abanico de posibles estresores. Las estrategias disfuncionales incluyen el aislamiento social, la evitación del compromiso o recurrir a ilusiones.
Evidentemente, lo ideal es retirar al niño del estresor lo antes posible o hacer que dicho estresor desaparezca, pero está claro que muchas veces esto no es posible. En estos casos, se puede empatizar con la angustia del niño y proporcionarle un vocabulario emocional, de manera que pueda diferenciar las emociones y trabajar sobre ellas; evaluar la potencia y calidad del estresor para corregir fallos en la percepción de dicho estresor; discutir estrategias de afrontamiento y animar al niño a seleccionar aquellas que sean óptimas.
Para saber más:
Alvarado, G. L. (2022). Adjustment disorder in the pediatric population. Pediatric Medicine, 5, 19–19.
Gillberg, C., Harrington, R., & , H.-C. (2006). A Clinician’s Handbook of Child and Adolescent Psychiatry. Cambridge University Press.