España ha sido uno de los países más afectado por la COVID-19. Se trata del segundo país del mundo con mayor número de muertes en la relación con su número de habitantes; de hecho, estamos hablando de 544 muertes por millón de habitantes (a fecha de 5 de mayo 2020). Se implementó la cuarentena el día 15 de marzo de 2020. Se limitó la circulación de los ciudadanos, de manera que sólo se permitía salir del domicilio para adquirir alimentos, medicamentos y otros productos de primera necesidad; para atender a personas mayores, menores y dependientes; para desplazarse al lugar de trabajo y volver del mismo; e ir a entidades financieras y de seguros. Quedó suspendida toda la actividad no esencial y, entre ellas, las clases presenciales. El 21 de junio dio comiendo el periodo llamado “nueva normalidad”. En esta etapa, terminaron las restricciones de circulación y convirtió el uso de mascarillas en obligatorio siempre que no se pudiera mantener la distancia de seguridad de 1,5m. Las clases empezaron a ser presenciales al inicio del curso escolar 2020/21. El 25 de octubre se debió dar un nuevo paso atrás que duraría hasta el 9 de noviembre. Se implantó un toque de queda nocturno y se impusieron nuevas restricciones de movilidad. No hemos recuperado la normalidad total a día de hoy.
En un artículo de
Orgilés et al. de 2020, se habla de
los efectos psicológicos inmediatos que estas medidas restrictivas tuvieron en
niños y jóvenes de Italia y España. Se realizó una encuesta a los cuidadores
principales de niños y jóvenes con edades comprendidas entre los 3 y los 18
años. Fueron reclutados de 87 poblaciones de España y 94 de Italia a través de
las redes sociales. El 88,9% de los padres españoles detectaron cambios en el
estado emocional y comportamiento de sus hijos. Los cambios más comunes
detectados durante el confinamiento fueron:
·
Dificultad
para concentrarse.
·
Sentirse
más aburridos de los habitual.
·
Mayor
irritabilidad.
·
Estar
más inquietos.
·
Sentirse
más solos.
·
Sentirse
más incómodos.
·
Estar
más preocupados.
·
Estar
más predispuestos a discutir con el resto de la familia.
·
Sentirse
más dependientes.
·
Estar
más enfadados.
·
Mostrarse
más reacios.
·
Sentirse
más tristes.
·
Sentirse
más preocupados cuando alguien salía de casa.
·
Comer
más de los habitual.
También
encontraron en este estudio que los niños españoles se mostraron más
psicológicamente afectados que los italianos durante el confinamiento. Los
niños españoles mostraron más problemas de comportamiento, estaban más predispuestos
a discutir con el resto de la familia, tenía más quejas físicas, tenían más
miedo a dormir solos y se preocupaban más cuando uno de los padres salía del
domicilio. En cambio, los niños italianos se sintieron más tristes y solos.
Cuando los cuidadores
indicaban que la coexistencia había sido más difícil, tendía a calificar a los
niños como más nerviosos e inquietos, con más tendencia a discutir con el resto
de la familia, más frustrados, más irritables, con más dificultad para
concentrarse, etc. Los cuidadores que percibían la situación como más graves,
reportaban que sus hijos se mostraban más preocupados, más ansiosos, más
tristes y solos, etc.
También aumentó
el tiempo que los niños estaban frente a pantallas (TV, tablets, móviles,
etc.), pasaron menos tiempo realizando actividad física y tendían a dormir más
que antes del confinamiento. Los niños españoles pasaron más tiempo frente a
pantallas que los italianos, aunque no hubo diferencia en cuanto a la
realización de ejercicio y tiempo de sueño. Los niños de aquellos cuidadores
que percibieron la situación como más grave, pasaron más tiempo usando
pantallas, hicieron menos ejercicio físico y durmieron menos horas que el
resto.
En la segunda parte, comentaremos cuáles pueden ser los efectos psicológicos a largo plazo.
Para saber mas:
Orgilés, M.,
Morales, A., Delvecchio, E., Mazzeschi, C. & Espada, J., 2020. Immediate Psychological
Effects of the COVID-19 Quarantine in Youth from Italy and Spain. Frontiers
in Psychology, 11.
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