Sin
embargo, ¿cuáles serán los efectos psicológicos a largo plazo? De
Figueiredo y colaboradores (2021) proponen una reflexión muy interesante basada
en cuatro aspectos:
·
Estrés y neuroinflamación.
·
Aislamiento social y alimentación.
·
Plasticidad cerebral.
·
Salud pública y apoyo.
Se sabe que el estrés continuado puede tener efectos adversos
para la salud. Los eventos estresantes durante la infancia y la adolescencia
pueden causar una disfunción del eje que regula la secreción hormonal (eje
hipotálamo-pituitario-suprarrenal, HPA) y alteraciones en los niveles de
mediadores inflamatorios del cerebro que puede conducir a ansiedad, depresión y
psicosis. Según los autores de este estudio, parece razonable pensar, ya que se
ha demostrado que la inflamación sistémica disfuncional afecta al desarrollo
neurológico, lo cual conlleva trastornos cognitivos y del estado de ánimo, que
los niños expuestos a todos los problemas derivados de la pandemia por COVID-19
podrían presentar daños fisiológicos y psicológicos a largo plazo.
Se sabe que el estrés asociado al aislamiento social induce a
una mayor ingesta de alimentos y, por lo tanto, al aumento de peso. Aunque
muchos de estos estudios se han hecho en modelos animales, no debemos descartar
la importancia de esta asociación. Concretamente, los autores hablan de una
posible relación entre el aislamiento social y una dieta rica en grasas. La
leptina liberada por este tipo de dieta inhibe la síntesis de neuropéptido Y
producido por el hipotálamo. La liberación de neuropéptido Y es desencadenada
por el estrés, lo que minimizaría los efectos del aislamiento social. Es decir,
la ingesta de alimentos calóricos podría reducir los efectos del estrés. Esta
dieta hipercalórica también produciría cambios en la microbiota intestinal
cuyos productos metabólicos producen cambios en el cerebro.
En cuanto a plasticidad cerebral, los autores tienen en
cuenta tres aspectos: comportamiento social, desigualdades sociales, abandono y
angustia, y entorno de juego y naturaleza. La adolescencia es un periodo de
mayor sensibilidad a los contextos sociales. El colegio y el instituto son los
entornos sociales más importantes para el adolescente. El confinamiento supuso
una ruptura en la interacción con los iguales que trató de suplirse con el
contacto virtual. Por otro lado, la no asistencia a los centros de estudios
produjo una disminución en la actividad física, aumento en el tiempo frente a
pantallas, irregularidad en los patrones de sueño y peor calidad de las dietas,
como hemos visto ya. Aunque existan relaciones virtuales, éstas no puedan
suplir la necesidad física de contacto esencial para el desarrollo del
individuo. La maduración de los circuitos cerebrales corticofrontales y de los
circuitos sociales y afectivos se produce en repuesta a las experiencias
sociales. Tenemos que tener en cuenta que en la adolescencia es cuando se
manifiestan muchos de los trastornos psiquiátricos más comunes y cuando hay un
riesgo muy alto de abuso de sustancias y de comportamientos suicidas.
La desigualdad social es algo que esta pandemia ha dejado al
descubierto en toda su crudeza y no sólo por las consecuencias económicas.
También se pusieron de manifiesto en las condiciones de cuidado de los menores:
maltrato, negligencia, etc. Por otro lado, es muy diferente haber pasado el
confinamiento en un pequeño apartamento en una ciudad, que puede no disponer ni
de terraza exterior, o en una casa unifamiliar con jardín o parcela en un
pueblo o urbanización, en contacto con la naturaleza. El contacto directo con
la naturaleza está relacionado con grandes beneficios para la salud, entre
ellos, la reducción del estrés. Los niños expuestos a la naturaleza presentan
mejor desarrollo físico, comunicación, autocontrol y desarrollo social. Además,
hay que añadir los efectos beneficiosos de la exposición solar. También hay que
considerar que el juego en el exterior no es igual que el juego en el interior,
que conlleva una mayor exposición a pantallas, por norma general, y la falta de
ejercicio físico.
Estos autores señalan que los niños y adolescentes han estado
expuestos al miedo a contraer la enfermedad, aburrimiento, frustración,
sobrecarga de información, problemas económicos y, en fin, a cambios drásticos
en su rutina de vida que darán lugar a daños futuros impredecibles que impactarán
en los sistemas de salud. De hecho, la Asociación española de pediatría (AEP),
en su Segundo congreso digital que tuvo lugar en junio de 2021, exponen que ya
se está produciendo un aumento de urgencias psiquiátricas infantiles:
depresión, autolesiones, trastornos de la conducta alimentaria, abuso de
sustancias, etc.
Para saber más:
(2022). Retrieved 21 January 2022, from https://www.aeped.es/sites/default/files/20210602_ndp_salud_mental_covid-19.pdf
De Figueiredo,
C., Sandre, P., Portugal, L., Mázala-de-Oliveira, T., da Silva Chagas, L.,
& Raony, Í. et al. (2021). COVID-19 pandemic impact on children and
adolescents' mental health: Biological, environmental, and social
factors. Progress In Neuro-Psychopharmacology And Biological Psychiatry, 106,
110171. doi: 10.1016/j.pnpbp.2020.110171